El barrio que supo transformarse en referente gastronómico aloja a Chui, la propuesta donde las protagonistas son las plantas. ¡Vamos a descubrirlo!
Loyola 1250, Villa Crespo.
Son las 8 de la noche de un martes y las veredas están vacías. Las luces de las jirafas son tenues y de los muros se desprenden sombras de sitios que no reconocemos. Algunas casas privadas, otras obras en construcción y otros cuantos, son terrenos abandonados. Cruzamos por debajo del puente del tren San Martín y a unos metros una puerta de chapa con la inscripción da nombre y bienvenida a Chui.
“Chuí” es la ciudad más austral de Brasil, en el extremo sur del estado Rio Grande do Sul, junto a la frontera con Uruguay. “Acercar las fronteras” es la definición del restaurante que rápidamente se convirtió en tendencia.
Lo primero que vemos al ingresar es su enorme jardín y la magia de un pequeño pulmón en el medio de tanta ciudad: árboles, luna, cielo, plantas y más plantas. Fue imaginado por sus dueños al ver aquel terreno baldío e implementado por el paisajista Nacho Montes de Oca, quien propuso intervenir este espacio sin invadirlo, aprovechar lo que ofrece y conectar con la naturaleza.
Un sendero de madera atraviesa el espacio verde y a medida que avanzamos aparecen las mesas y sillas, escondidas entre el follaje. Muebles de quebracho combinados con durmientes del ferrocarril y una torre de agua que abastece al restaurante.
El sendero conduce hacia la cocina a la vista (a cargo de Victoria di Gennaro), una suerte de quincho patagónico, con bar abierto, paredes de piedras y semi techo de madera. Una gran mesada en la que trabajan varios cocineros y que oficia de “división” con el jardín. Un horno a leña que da calor y alma al restaurante.
La focaccia de masa madre a la leña es la reina de la barra y las pizzas caseras, pilares de la propuesta. Frascos y preparaciones de platos chicos “estilo tapeo” terminan de redondear la carta.
Podés escuchar la columna que hicimos sobre este tema con Notify acá:
Un restaurante “discretamente vegetariano”
Chuí no hace alarde de su cocina veggie, apenas comunica sobre su menú sin carne. Propone, de manera espontánea, adentrarse a nuevos sabores de una cocina a base de plantas.
Una vez acomodados en la intimidad del espacio pedimos vino por copa. Además el restó ofrece coctelería, una amplia gama de whiskies, cervezas y cafés. Luego, recomendados por el mozo vamos por una pequeña selección de platos chicos: paté de hongos, apio y vinagre de torrontés; porotos pallares a la leña, menta, lima y espirulina; zanahoria, labne, gremolata de pecanas y ricota de oveja orgánica con aceite de oliva. Cerramos con tres postres: uno de membrillos, queso mascarpone y sbrinz, otro de pera, cremoso de cajú y coco y el Butterscotch (postre de origen inglés a base de azúcar negra y manteca).
Su carta va mutando en función de la estación del año. Trabajan con verduras orgánicas, cosechan sus propias gírgolas (presumidas en una vitrina para apreciar los colores), arman sus propios fermentos y conservas.
La velada se hace larga, queremos quedarnos en ese jardín un rato más. Un lugar para escapar de la ciudad y del caos. La calidez de sus mozos y una cocina amigable, sabrosa, que invita a volver para seguir descubriendo sabores.