Porque la comida también es nostalgia
2010
Hace exactamente 16 años llegué a Córdoba. Vine sola, a aprender a los golpes lo que era ser una adulta. Léase: aprender a cocinar, a pagar las cuentas, a administrar el dinero (o malgastarlo y comer arroz hasta el fin de mes), a estudiar, amigarme con la burocracia universitaria y a tantos otros otros etcéteras. Pasaron los años y llegaron mis hermanos. Para el 2010 ya éramos un equipo de cinco y los domingos solitarios se volvieron a convertir en familia. Adoptamos como lugar predilecto La Casa del Francés, un bodegón antiguo de Nueva Córdoba con precios accesibles a nuestros bolsillos estudiantes y comida que nos llevaba a nuestra infancia. Ravioles caseros, milanes a la napolitana, pollo a la plancha, filet de merluza, matambre al roquefort o, por qué no, unos cortes asados.
La puerta/entrada era angosta y había que entrar de a unx. Paredes repletas de fotografías (de clientes, de fotógrafos famosos, de paisajes, de personajes que habían pasado por el lugar). La moza de siempre, que nos reservaba una mesa redonda y nos traía de entrada empanadas fritas. El ruido de comandas, de cubiertos, de familias nos hacían sentir parte.
Calle Independencia 645, Nueva Córdoba
Gilles Thevenet (alias el francés) nació en Cannes, al sur de Francia, hace 58 años. Se mudó a la Argentina -más precisamente a Córdoba- en 1994. En Cannes trabajaba en restaurantes y salones de eventos. Su bisabuelo llegó en el siglo pasado y su abuelo nació en Rosario, pero después regresó. Como conocía a algunos parientes, visitó varias veces el país, se enamoró y se quedó.
El padre de un amigo tenía un bodegón en Nueva Córdoba y para él fue la oportunidad de arrancar con algo ya empezado. Hablaba muy mal el castellano, casi nada. Aquel primer espacio estaba en la calle Independencia 508, el dueño lo vendió y tuvieron la “fortuna” de mudarse al lado, al 512. “Le pusimos ‘La casa del francés’ porque la gente decía ‘vamos a lo del francés’, ya no usaban otro nombre”.
El retorno
2022
La pizarra de afuera con las marcas del borrador de otras semanas y las recomendaciones del día escritas en tizas me dieron confianza. Al entrar, la misma disposición de las mesas y la misma luz se filtraba por los vitrales. Las paredes descascaradas repletas de fotos, nuestra moza de siempre y la carta impresa, pesada, abundante.
Volví a pedir lo de siempre: empanada criolla frita de entrada. Un cuarto de pollo deshuesado al limón y mis acompañamientos favoritos: papas y espinacas a la crema. Bandejita ovalada de metal y queso gratinado con pedacitos quemados a los bordes.
Mi compañero fue por la milanesa napolitana y unas papas fritas.
La carta sigue siendo exactamente la misma: si el clima amerita, se pueden pedir unas pastas (sorrentinos, panzottis, noquis, tallarines, ravioles) o ir por alguno de sus cortes de carnes (a la plancha o a la parrilla).
Para coronar, el flan caserísimo (con dulce de leche y crema) y Panqueques con dulce de leche.
Volví por referencia, por esperanza, por nostalgia. La Casa del Francés es de esos lugares a los que siempre se vuelve. Parafraseando a Caparrós un plato es también, una idea: un recuerdo, una huella persistente en la retina o en el paladar.
La comida es materia de infinitos relatos y éste intenta ser quizá el más personal de todos.
Podés escuchar la columna que hicimos sobre este tema con Notify acá: