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Luigi: sabores caseros

Quizás sólo por pasar por la vereda no hubiera entrado a comer a Luigi. Pero hace un tiempo le pedí a Viole recomendación de algún lugar BBB*, con alma de fonda y platos mediterráneos. Andaba con ganas de comer comida casera, variada y sabrosa. 

Por: Laurel Ascenzi

Coincidimos en armar un grupo de amigos y fuimos a la experiencia un viernes a la noche. Primero que el lado viejo del centro de Córdoba no da muchas sorpresas pero donde hay una cena late lo más profundo de la ciudad y de la república de Alberdi, con sus luces y sus sombras. El local es pequeño pero tiene esos espejos que te trasladan a una vez que comiste buenos canelones con tu abuela en una cantina de ciudad, tras un viaje improvisado. La atmósfera es cálida, cercana y abrazadora**, como si estuvieras en el  cumpleaños bochinchero y abundante de una tía, o compartiendo la algarabía con gente random en la mesa de un club en una fiesta comunal. 

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Luigi Miron es el chef homónimo y fundador. Si no tuviera el delantal y la cofia, igual podrías saber que es quien tiene la visión, el mando y el paladar del lugar. En las redes se habla de su cocina de autor y, por las fotos y anécdotas publicadas, parece la obra de alguien amante de la cocina y de compartirla. Se asoma frecuentemente al mostrador de trabajo, termina de cerrar los platos, destapa algún vino, coordina al equipo, pasa por las mesas a saludar. Vuelve a ser refrescante encontrarse en un lugar sin protocolos ni escenas impostadas. La propuesta es concisa: antipasti de 5 platos y luego un principal, a elección, entre 3 opciones que aparecen en una pizarra a la vista. Postre incluido. 

No hay mucho que decidir, otro pilar donde reposa la experiencia. Empiezan a acercar hongos con provoleta ahumada, tostones con jamón crudo y rúcula, hummus y tomates confitados. Oración aparte para la humita con langostinos, deliciosa. Hay opción de todos los pasos sin TACC. Todo es fresco, honesto, simple, ameno. Esos son los mejores principios que una comida te puede regalar. 

El servicio es muy familiar y servicial, seguro se acuerdan cuando volvés qué tomaste la primera vez que fuiste. Con el avance de la noche crece el volumen de la conversación, el calor de los encuentros, las botellas descorchadas. No hay margen para escuchar música ni hacer un silencio, esto puede resultar abrumador si estaban buscando una noche tranquila. Así y todo sentí que la experiencia de la mesa bulliciosa y amiga es muchísimo de lo que enorgullecerse en esta vida. 

Elegimos fetuccini neri con langostinos y cazuela de mariscos de principal. También había una opción de lomo con papas fritas que fue muy elegida en la mesa de al lado, plena de un grupo de amigos varones, y se veía delicioso. La moza nos anticipó en complicidad que todos pedirían lomo, un guiño de alguien que mira con humor su oficio. Los platos estaban muy ricos, en porciones apropiadas para un banquete con 5 entradas y con buena calidad de productos, pasta casera, frutos de mar suaves y turgentes. 

No ofrecían pimentero o algún topping, si puedo pedir algo más. Creo que el estilo gastronómico es entre italiano y español, ajustado para el paladar criollo pero curioso y bien entrenado por nuestros encuentros familiares. La carta de vinos es módica. Es cocina de calidad, hecha artesanalmente y en el corazón de la ciudad, con precio accesible y un torbellino de energía, sabores y brindis para un viernes a la noche.  El postre nos dejó extasiados. No se pierdan la copa Luigi que tiene mascarpone, mousse de chocolate y frutos rojos. Un festín al alcance de quienes quieran agradecer estos momentos, estos encuentros y estos rincones.

*dícese de lo bueno, bonito y barato.

**con z, sí.

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